Yo: Hola Pelona. ¿Cómo estás? Te veo algo preocupada.
La Pelona: Aquí estoy con unos dolores en todo el cuerpo que no me dan vida.
Yo: ¡Y como no vas a estar así si has estado trabajando en exceso por más de un año!
La Pelona: Bueno, tampoco exageres. Yo he trabajado toda mi vida, desde que tengo uso de razón. No solo este último año. Pero ya estoy cansada, quisiera cambiar de profesión o simplemente jubilarme, ¡ya es hora!
Yo: Yo creo que el culpable de tus desgracias es el Destino. Desde que naciste has tenido esa pesada labor que él te deparó y de eso nadie escapa.
La Pelona: No estoy de acuerdo contigo, pienso que la culpa de mis males la tiene la Vida. Mi misión es arreglar el entuerto que ella hace cada minuto, cada segundo. Año tras año ella trae tantas cosas a este mundo y yo tengo que encargarme luego de recoger sus desmanes.
Yo: ¡La Vida! pero si la única función de ella es que nosotros, los seres vivos, evolucionemos, nos adaptemos al medio, nos desarrollemos y reproduzcamos. En definitiva, es esa propiedad o cualidad esencial que cada ser tiene. En cambio, no olvides que el Destino es la fuerza o causa desconocida y superior al género humano que se supone que controla y dirige inexorablemente todo lo que va a ocurrir, e incluso, la existencia de las personas. Por eso, insisto, creo que el Destino es tu verdugo.
La Pelona: ¿Tú crees? Es decir que al Destino le debo mis dolores en la espalda y en todas mis articulaciones. Por culpa de él he tenido que escuchar tantos lamentos durante toda mi existencia.
Yo: Recuerda que William Shakespeare dijo que llorar es hacer menos profundo el duelo.
La Pelona: Aunque, pensándolo detenidamente, no siempre hay llanto y colores oscuros en un funeral. No siempre es así. Te cuento que nuestra manera de vivir el luto, desde la seriedad y el recogimiento, resulta impensable (y hasta insultante) en otras culturas.
Yo: No me vas a decir que hay quienes celebran tu llegada, no me vengas con mentiras.
La Pelona: El luto constituye la expresión simbólica del sentimiento de pérdida experimentada como respuesta universal a la muerte, una expresión social en sí misma y, por lo tanto, externa y sujeta a una gran variabilidad cultural. Cada comunidad tiene sus propias normas sociales para cada momento del duelo. Yo, he visto cada cosa, si te contara.
Yo: ¡Cuenta de una vez!
La Pelona: Te digo, no es lo mismo morir en oriente que en occidente, en África que en Europa, en países industrializados que en otros que no lo son. Para muchas sociedades mi presencia se convierte en una auténtica fiesta. El mejor ejemplo te lo doy con Ghana. En este pequeño país si que saben reconocer mi importancia y me celebran a lo máximo. Hasta el punto de gastarse más dinero que en una boda.
Yo: ¿Seguro? ¿No estás exagerando para que yo te admire?
La Pelona: ¿Y por qué te mentiría? Lástima que no te tengo en la lista para mostrarte de cerca lo que te estoy contando.
Yo: ¡Ni de broma te acompaño! Te creo lo que me dices. Continúa…
La Pelona: Cada vez que voy a Ghana me anuncian en las vallas publicitarias de las carreteras. Mi llegada se convierte en todo un evento social al que asisten cientos de invitados (cuantos más mejor, ya que quiere decir que la persona a la que me llevo fue apreciada). Hay comida, bebida, música y baile, toda una celebración para acompañar a la familia y honrar al difunto.
Yo: No creas que contándome esas maravillas me vas a convencer.
La Pelona: Y eso que no te he contado del ataúd, ¡todo un estilacho! Muchos ghaneses se enorgullecen de enterrar a sus muertos en ataúdes personalizados con la forma de un objeto que representa al fallecido. Una avioneta si era piloto, un pez si se dedicaba a la pesca o una botella de soda si ese era su brebaje favorito.
Yo: Es decir, que si yo fuese ghanesa me tocaría un ataúd en forma de pincel o de pan o de perro… quién sabe. ¡Qué interesante!
La Pelona: ¡Y qué te cuento de los funerales mexicanos! El 1 de noviembre es el Día de Muertos (mi día) y se celebra en los cementerios, que se llenan de gente que lleva comida, bebida y música para pasar el día. Los hogares se llenan de fotografías de sus difuntos y de aquello que les gustaba comer y beber. Piensan que así serán mejor recibidos allá adonde yo los llevo. La fiesta puede durar de un día a una semana, dependiendo de la región. Estos mexicanos sí que saben festejar.
Yo: Sí, allí es donde hacen el pan que lleva tu nombre: pan de muerto, también para comerlo ese día.
La Pelona: A Indonesia voy poco porque me hacen esperar en la sala de la casa por meses, incluso años. En la región de Tana Toraja los rituales funerarios son tan excéntricos que son famosísimos en todo el país. Los toraja no me ven como un evento abrupto y desgraciado, al contrario, se preparan para mi visita. En esta región se momifica a mis invitados y se convive con ellos en el, hogar ya que solo se les considera medio muertos o muy enfermos. La momia goza de una atención espléndida: se le ofrece whisky, cigarrillos y los mejores manjares durante el tiempo necesario para que la familia ahorre para pagar la gran celebración fúnebre.
Yo: Me imagino que tú aprovechas al máximo tu estadía: ¡comida y bebida gratis! ¡Y encima te quejas de tu trabajo!
La Pelona: Por eso tengo los niveles de azúcar elevados, y la panza ya no me cabe en el cuerpo. ¡Destino cruel!
Yo: Ja, ja, ja, seguramente el Destino te da de comer y beber. El único culpable de tus males eres tú que no tienes fuerza de voluntad. Mejor paramos acá y me sigues contando otro día. De tanto hablar de tus fiestas y sus manjares me dió hambre. Vamos que yo invito, siempre y cuando no te antojes de mí…
Esta historia continuará…